Declarado Bien de Interés Patrimonial (BIP)
El Cerro de San Antón
Los molinos de viento de Alcázar de San Juan coronan el conocido como “Cerro de San Antón”, una elevación de roca cuarcítica que se originó por la compactación a gran presión de la arena del somero fondo marino que ocupaba esta zona de La Mancha en el Paleozoico, hace más de 450 millones de años. En los cortes geológicos, provocados de manera natural o por la acción del hombre en las laderas del cerro, se pueden contemplar las formaciones cuarcíticas y de areniscas que le dan la tonalidad rojiza tan característica.
A los pies de la loma, aprovechando los vestigios de la actividad de las canteras, un auditorio al aire libre donde se celebran eventos y conciertos bajo el cielo estrellado manchego. El Cerro de San Antón tiene también otra obra singular: la Cueva del Polvorín.
Mostrar más contenidoCueva del Polvorín
Situada en la ladera NW del Cerro de San Antón, a la Cueva del Polvorín se accede por un cañón abierto en uno de los extremos y está conformada por un laberinto de galerías excavadas bajo el cerro. Su trazado se debe a las características del terreno y la dureza de la piedra que permitió que, partiendo de una galería principal, la propia cueva creciese en direcciones diferentes de manera caprichosa.
La instalación se debió excavar a finales del siglo XIX, como elemento militar para albergar y proteger la pólvora propia del regimiento de Zapadores que estuvo instalando en Alcázar de San Juan alrededor de la construcción de ferrocarriles.
La relación de Alcázar de San Juan con la pólvora es mucho más antigua pues la industria del salitre y de la propia pólvora en la fue uno de los pilares económicos desde la Edad Moderna (s. XVI) hasta mediados del siglo XIX. Gran parte de la población se dedicó directa o indirectamente a esta actividad hasta prácticamente la segunda mitad del siglo XIX cuando el ferrocarril y el vino cogieron el testigo como principales actividades económicas de la ciudad.
Las características geomorfológicas del entorno de Alcázar -y del propio casco urbano- ven favorecida esta actividad, ya que afloran costras salinas, uno de los elementos fundamentales en la fabricación de la pólvora, propias de los materiales geológicos del terreno.
El salitre extraído del subsuelo, por el numeroso gremio de salitreros existente, era transportado en carretas y sometido a un proceso de lixiviación en coladeras y posterior precipitación en calderas en las instalaciones de la fábrica para mezclarse, posteriormente, con azufre y carbón vegetal en los molinos de pólvora.
La “Real Fábrica de Pólvora” era una explotación directa de la corona y se ubicaba entre las actuales calles Corredera, Manuel Manzaneque, Rondilla de la Cruz Verde y Tomás Tapia. Una gran instalación de 13.000 metros cuadrados de superficie que se completaba, hasta finales del siglo XVIII, con los molinos de la pólvora que daban servicio a la fábrica y que se estaban ubicados en Alameda de Cervera.
Esta fue una de las mejores fábricas de pólvora del reino entre los siglos XVI y XIX, junto a las de Manresa, Villafeliche o Granada, según atestiguan las fuentes documentales de la época.
MOLINO FIERABRÁS: PARTES Y FUNCIONAMIENTO
En el molino Fierabrás podremos conocer la tecnología más innovadora del s. XVI basada en principios físicos y mecánicos.
El molino de viento “manchego” o “de torre”, por su forma cilíndrica, está construido en mampostería y tapial, y su maquinaria se elabora con maderas del entorno escogidas de acuerdo a sus características para que realicen su función de la manera más precisa: encina por su resistencia, álamo negro por su flexibilidad o el pino por su perdurabilidad. La maquinaria pone en movimiento las pesadas piedras o muelas de piedra caliza extraídas del cercano paraje de Piédrola.
El edificio, coronado por el techo o “Caperuza” cónica de madera, se compone de tres plantas cada una de ellas con una función delimitada: planta baja o “cuadra” donde el molinero residía en las largas jornadas de molienda y servía de almacén, cuadra e incluso de cocina; planta intermedia o “cámara”, donde se recogía, tamizaba y almacenaba la harina que se producía; y la última planta, superior o moledero, que alberga la maquinaria y se muele el grano.
Alrededor del molino, en el piso superior, doce ventanas o “Ventanucos” orientados en la dirección de los doce vientos predominantes que corren en la llanura manchega (Solano, Mediodía, Toledano, etc.), ventanas que servían de guía al molinero para saber en qué dirección debía orientar las aspas.
Las aspas normalmente cuatro, eran construidas tradicionalmente a base de entramados de palos de madera, y tomaban una forma rectangular de unos 7 x 2 metros. Para que el ingenio funcionara y se transmitiera a la maquinaria interior la fuerza eólica, las aspas se “vestían” con amplios palios de tela, el velamen, que se unían a la estructura a través de cuerdas. Cuando el molino no estaba en uso estas se retiraban y almacenaban en el interior con fin de evitar su deterioro.
Para girar el techo el molinero se servía de esa larga pértiga que se encuentra en el lado opuesto de las aspas, el “Palo de gobierno”. Usando un torno de madera conocido como “Borriquillo” que se colocaba en los hitos o piedras que rodean el molino y en el que se ata el extremo inferior del palo de gobierno, se mueve toda la parte superior del molino (caperuza, aspas, eje) hasta quedar orientados en dirección al viento dominante en el momento.
Orientadas las aspas, en la sala de la maquinaria la energía recogida en el exterior se transmite al interior a través de un gran madero o “Eje” que atraviesa el espacio de un extremo a otro y en el que se incrusta una gran rueda dentada de madera, rueda “Catalina”. Esta gran rueda, a su vez, se engrana en otra de más pequeño tamaño, rueda “Linterna” que transforma el movimiento vertical del exterior en horizontal permitiendo el movimiento de una de las dos grandes piedras de las que consta el molino, la piedra “volandera”; mientras, la piedra llamada “solera” permanece fija recibiendo el movimiento de la superior.
Finalmente la harina, y gracias a la fuerza centrífuga, cae hasta el piso intermedio donde se recoge y almacena por la “Canaleta”, conducto de madera situado en un lateral del banco sobre el que se apoyan las piedras.
MOLINO ROCINANTE: CENTRO DE INTERPRETACIÓN DEL PAISAJE MANCHEGO
Los ingenios mecánicos que confundieron a Don Quijote y asombraron a los alcazareños del siglo XVI, dominan imponentes el paisaje de la llanura manchega desde el Cerro de San Antón, mirador natural desde el que experimentar en una vista de 360º la inmensidad del horizonte de La Mancha.
En la época en la que se instalan los molinos de viento en nuestra tierra, a partir del siglo XVI, nuestros campos eran grandes extensiones de cereales y dehesas de pastoreo, una economía agraria cerealística en equilibrio entre las zonas de cultivo y zonas de monte y pastos.
Hoy en día podemos observar un paisaje diferente, que es descrito, explicado e interpretado desde el molino de viento.
Así, podremos identificar el paisaje natural singular de la llamada “Mancha Húmeda” (Reserva de la Biosfera, UNESCO), de humedales como los que conforman el Complejo Lagunar de Alcázar, de cauces de ríos, arroyos y encinas centenarias que salpican los campos de cultivo del cereal, la vid y el olivo, donde habitan nuestra fauna y flora.
También podemos divisar el testimonio de aquellos que han habitado Alcázar de San Juan desde hace centurias y cuyos vestigios son fácilmente apreciables con un golpe de vista: Torreón del Gran Prior, los campanarios de las iglesias y conventos, las quinterías, puentes, y la huella del Ferrocarril, tan importante en nuestra historia.